- elizabethquila
Emociones: Enfado
Updated: Sep 16

Para A.C.B.
Como todas las emociones su manifestación suele ser breve; sin embargo, sus secuelas a veces no solamente duran una vida, se enmarañan por generaciones. Para muestra citaremos una parte de Romeo y Julieta, una de las más conocidas tragedias de Shakespeare.
Acto II, Escena II
Romeo ve a Julieta desde el jardín. Ella sale a su balcón y, creyendo estar sola, comienza un soliloquio en el que reflexiona sobre el problema de haberse enamorado de quien debería ser su enemigo. Luego de escucharla por un momento, Romeo se muestra y afirma estar tan dispuesto como ella a renegar de su nombre si es requisito necesario para amarla. Ella le advierte que, de ser descubierto en ese lugar, sería asesinado por sus familiares. Intercambian juramentos de amor. La nodriza llama a Julieta desde adentro, por lo que la muchacha, apurada por responder al llamado, le dice a Romeo que, si su intención es el matrimonio, mande a alguien a traerle ese mensaje al día siguiente. Romeo decide pasar la noche sin dormir e ir a confesarse con Fray Lorenzo para contarle la situación, así como sus intenciones.
Antes de elucubrar respecto a la intención del argumento, desglosemos un poco lo que es la ira o el enfado. Es una de las emociones básicas que emana como mecanismo de autoprotección y que genera un estado afectivo de indignación, cólera, frustración y rabia. Aquí, la palabra y “sentimiento” clave es la frustración, la que nos permite analizar que el enfado o la ira surge a partir de cómo nos sintamos afectados más que como intentan afectarnos. Ya que generalmente las expresiones hablan más de lo que la gente siente y es, que de lo que inspira la otredad. Es decir, la frustración surge a partir de la insatisfacción de un deseo planteado o esperado trayendo como consecuencia episodios de ira, ansiedad o disforia.
En síntesis, el enfado sería la breve incapacidad de asumir y gestionar la discrepancia que existe entre lo ideal y lo real, entre lo que deseamos y lo que obtenemos; más que nada, entre lo que es cierto y lo que sólo imaginamos.
No hay nada negativo en esto, al igual que con el miedo, mientras sepamos que existen estos dos planetas en el universo de lo humano, lo ideal y lo real, y aprendamos a recorrerlos a consciencia y con la efimeridad que merezca cada mundo.
Ahora, volviendo a la cita, el caso de los Montesco y los Capuleto es el ejemplo ficcional más vívido del que se haya escrito sobre este tema, dado que en ninguna parte, ni siquiera como remembranza de argumento, se habla del origen de la disputa, del enfado entre estas dos familias. Lo que prueba que como toda emoción esta fue breve y por eso la memoria de ninguno de los involucrados lo honra. Así es que creo que aquí estaríamos observando sentimientos, más que emoción; siendo esto último apenas un pretexto para escudar resentimientos, envidia y dolor propio. Porque así como existe el amor propio, también existe el sufrimiento inherente. El amor propio nos provee dignidad, el sufrimiento inherente nos debilita y nos impulsa a estar a la defensiva o en postura de ataque.
En niños o adultos el enfado tiene una duración breve, la diferencia está en que con nosotros crecen los resentimientos dado que nos entrenan para disculparnos, aceptar las disculpas, y continuar sin hablar ni analizar la incomodidad. Hay una frase bíblica, Jueces 14, que nos muestra de manera asombrosa lo que estoy argumentando: “encendido en enojo se volvió a la casa de su padre”. Sansón llevó el enojo a casa, nosotros solemos arraigarlos enmudecidos en el corazón.
Por generaciones, los Montesco y los Capuleto se vanagloriaron de la ira que sentían los unos por los otros, tanto como de sus linajes y bienes; cuando descubrieron que una desconocida semilla había echado raíces en muertes sin legado y con vergüenza, fue demasiado tarde.
Estos dos jóvenes, Romeo y Julieta, son la analogía de lo que florece con nosotros pero que arrancamos asiduamente antes de que las hojas se caigan por el peso del tiempo y los temporales. Rompemos relaciones, alimentamos alimañas de dolor sin olvido, conseguimos que el color de la tinta de los buenos actos se diluya en la desidia del rencor. Somos, a veces morimos, siendo como los Montesco y los Capuleto, sin darnos una oportunidad ni a nosotros mismos. (Elizabeth Quila)